Últimamente los panameños y pareciera que una gran cantidad
de los pueblos del mundo, hemos regresado a la etapa del fanatismo, ya sea
político o religioso.
Así, vemos a “falsos profetas” que prometen sentarse a la
derecha del señor, candidatos que prometen dinero, “facilitadores” que prometen
resolver temas de migración o de reducción de penas, “influencers” que prometen
miles de seguidores y así sucesivamente. En lo que coinciden todos es que
tienen buena “labia” y saben que no podrán cumplir con lo prometido.
Hay una anécdota, que se le achaca desde hace mucho tiempo al
Dr. Belisario Porras, aunque quienes saben del tema, aseguran que no fue él
quien así se dirigía a las masas que lo aclamaban. Pero hubiera sido o no uno
de los más grandes dirigentes que hemos tenido en este país quien lo dijo, todo
parece indicar que tenía razón.
Sólo en las últimas elecciones, hubo un candidato “mesías”,
¿se imaginan si hubiera ganado? También hubo otro que prometió y prometió a
sabiendas que no podría cumplir. También vimos al líder impoluto que todo lo
puede y que estaba convencido que sus “seguidores” serían una especie de clones
multiplicados y que se sentarían en el hemiciclo legislativo solo esperando
instrucciones del “jefe”.
A ver, ¿quiénes se equivocaron ellos o nosotros, el pueblo?
Yo empezaría por señalar con mi índice a quienes sugirieron o
directamente removieron del pensum escolar las “Lecciones de Gobierno” las de
“Cívica” y los que, por culpa suya no se conocen las grandes enseñanzas de la
Urbanidad de Carreño.
Hoy, les garantizo que, si se le preguntara a un ciudadano,
sin importar si reside en la capital, en Pinogana o en Kankintú, a quien deben
acudir para que se le repararen (o se les construyan) las calles a sus
comunidades, la respuesta sería “al diputado”. De hecho, me cuentan quienes se
han sentado en uno de los cubículos de la Asamblea Nacional, que hay quienes
esperan 5 o 6 horas para solicitarle a su diputado respectivo, que le
“patrocine” el quinceaños de su hija.
Por ello hay circuitos electorales que eligen y peor aún
reeligen a ignorantes, abusadores sexuales, ladrones, estafadores,
narcotraficantes y similares como sus representantes ante lo que debería ser el
primero órgano del estado. ¿Qué podemos esperar entonces de las deliberaciones
y pronunciamientos que de esa augusta cámara deberían salir?
Veamos, con lo sucedido en la Asamblea Nacional nos damos
cuenta que “no estaba muero, estaba de parranda”. Los tentáculos de poder
dentro del reciento legislativo, pareciera que siguen activos y efectivos.
Varios compraron las falsedades e imprecisiones emitidas por las organizaciones
de turno, porque efectivamente se turnan para que el país no prospere, y se
montaron en ese patín para no votar en defensa de una institución que debería
ser lo más noble que hay, porque debe atender la salud y la vejez de muchos
compatriotas.
¿Será que podríamos decir que aprendimos la lección? No lo
creo. Somos como el muñeco “porfiao”, no importa cuán duro le pegues, vuelva y
regresa, sonreído y pidiendo más. Y ustedes, mis queridos lectores se
preguntarán que cuál es la solución.
Yo empezaría por hacer las reformas en la constitución que se
requieren para poder iniciar luego un proceso constituyente serio, bien
pensado, profundo y con bases sólidas que nos permitan desarrollarnos como un
país donde se respeta la ley y el orden. Con el mayor respeto para quienes
abogan por un proceso no contemplado por la actual constitución, esto solo
sería una terrible pérdida de tiempo y de pérdida de la poca confianza que aún
le queda al electorado, pues saben perfectamente que no aguanta una demanda de
inconstitucionalidad.
Hay que blindar el proceso constituyente, garantizando que no
imitemos los resultados que estamos viendo en la Asamblea Nacional. Hay que
elegir gente capaz, honrada y de los mas altos valores cívicos y morales para
que, sin banderías políticas, podamos diseñar esa nueva ruta que nos guiará a
lograr lo que tanto queremos. Un mejor Panamá.
Si no lo hacemos y empezamos a llamar a plebiscitos para
tomar decisiones, interpretando la norma de que “el poder emana del pueblo”
entonces ¿para qué necesitamos a los órganos ejecutivo o legislativo? Si
queremos aprobar un convenio internacional, convoquemos un plebiscito. Si
queremos aprobar el presupuesto de la nación, convoquemos a otro y así
sucesivamente. Les suena ridículo, ¿verdad?
No con esto aseguro que el proceso existente en la actual
carta magna es el ideal, pero es el que está ahí y se debe cumplir, sino se
estaría violando la propia constitución. No empecemos mal a reconstruir ese
Panamá que todos anhelamos y queremos, Invirtamos en educación, pues sin ella
todo lo demás sobra.
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