martes, 23 de julio de 2013

¿´Excuse me´ o disculpe?: Anabella Dex

Comparto este artículo que vale la pena leer:


ANABELLA DEX
opinion@prensa.com
Cada vez que llegamos a Panamá nos llama la atención no solamente cuánto se usa el idioma inglés aquí, sino cuánto se mezcla con el español. No creo haber visto nada semejante en ningún otro país que hayamos visitado, no a este grado.

La gente habla un spanglish muy curioso. Además, los edificios, centros comerciales, letreros que anuncian cualquier clase de mercancía o servicios, absolutamente todo, y por todos lados, está inundado de palabras y frases en inglés.

Me pregunto, ¿es que no nos liberamos ya del “colonialismo”, el 31 de diciembre de 1999? ¿Por qué pensamos que si le ponemos un nombre en inglés a algo, suena mejor o es mejor? Cada panameño debe sentirse orgulloso por haber recuperado la soberanía territorial, pero no nos damos cuenta de que aún seguimos colonizados mental y lingüísticamente.

No es por nada, pero el español es uno de los idiomas más ricos y bellos que conozco y no veo cuál es la gracia de mezclarlo con otro idioma, mucho menos el inglés.

Es normal que los niños que crecen con padres y madres de diferentes nacionalidades y que hablan varios idiomas e incluso viven en países distintos al de su nacionalidad, hablen de todo un poco. Pero esa etapa se empieza a desvanecer cuando crecen y van a la escuela. Llega un momento en que distinguen perfectamente bien cada idioma y con quién se habla qué.

El orgullo nacional implica muchísimas cosas, una de las principales es el idioma. En Panamá la lengua madre es, por suerte, el español. Este se ha convertido en uno de los preferidos, como segundo idioma, en muchas escuelas alrededor del mundo, al igual que el mandarín.

El otro día asistimos a una fiesta en Luxemburgo, en la que había cerca de 35 personas de todas las nacionalidades imaginables. Al final, terminamos riéndonos en una esquina por lo menos 20 que hablábamos español, y no todos éramos latinoamericanos o españoles, sino de otras nacionalidades que, simplemente, se interesan por nuestro bello lenguaje. Esa es la parte simpática de la globalización.

Hablar un idioma correctamente denota cultura. Mezclarlo con un poco de todo es más bien infantil y poco elegante. Además, hablarlo correctamente abre las puertas para aprender otros, también, correctamente.
En este mundo de pocas fronteras culturales en que nos ha tocado vivir es muy importante el dominio correcto de los idiomas. No todos queremos ser Premio Nobel de Literatura ni mucho menos, pero sí podemos y debemos cultivar nuestro idioma como algo precioso, en vez de degradarlo al nivel de dialecto poco inteligente. Debemos aprender en las casas y escuelas el uso correcto ya sea del español o de otros idiomas. En las televisoras también hay mucho por mejorar en este sentido, pero ya eso es tema para otro artículo de opinión.

lunes, 22 de julio de 2013

Recomiendo este artículo escrito por mi amigo Roberto Alfaro: Nacionalismo o clientelismo

http://www.prensa.com/impreso/opinion/nacionalismo-o-clientelismo-roberto-alfaro/193457

ROBERTO ALFARO

22/07/2013 - El mundo está inmerso en una vorágine mercantilista en el sentido de que todo tiene un precio, incluyendo las conciencias. Dicha corriente nos ha llevado, políticamente hablando, a que solo tengan opción a ser candidatos a elección aquellos con acceso a grandes recursos económicos. Esta práctica nefasta empezó durante la dictadura, cuando los amos del país ponían y quitaban presidentes, y los generales advertían: “a los amigos se les paga y a los enemigos se les pega”.
A quienes hemos alcanzado la tercera edad, esta clase de políticos nos resulta muy diferente a lo que fue nuestra primera vivencia electoral. Cuando participé como voluntario en la campaña de 1968 entre el Dr. Arnulfo Arias y el Ing. David Samudio, trabajábamos 24/7, sin costo alguno para el candidato, poníamos pancartas, instalábamos tarimas y les vendíamos a los copartidarios o simpatizantes las gorras, banderas o camisetas para cooperar con los gastos. Cada voluntario sufragaba su transporte hacia las manifestaciones y los simpatizantes iban por sus propios medios para escuchar hablar a los candidatos. En comparación, hoy hay que regalarles todo, comida, transporte, banderas, camisas, viáticos y licor, y lo peor es que quizás muchos ni siquiera voten por ese candidato. No hay lealtad, idealismo ni hidalguía, todo depende de cuánto me das ahora para apoyarte y qué me ofreces después si ganas las elecciones.
Así las cosas, vemos que las campañas se hacen más costosas, sofisticadas, programáticas y sucias; en esa misma proporción crecen los compromisos con los donantes y, por supuesto, las relativas canonjías durante la futura gestión de gobierno. El panameño pensante termina votando por quien estima es el menos malo, y a la postre, duda si fue la decisión acertada, o bien critica a quienes ayudó a llegar al poder. Los candidatos que resultan elegidos, una vez pasado el juramento a la patria, dejan de ser representantes de todos los panameños para convertirse en presidentes o representantes selectivos de su partido o de su circuito. Las campañas electorales son permanentes; su objetivo es que el candidato llegue al poder y después, que mantenga la popularidad en las encuestas; la primera fase nos cuesta en futuras canonjías para los donantes, y la segunda, en millonarias erogaciones en propaganda del gobernante. Mientras dure el actual auge económico y se mantengan las bajas tasas de desempleo, las arcas del Estado seguirán repletándose y mantendremos una relativa paz social. Hoy sobran los inversionistas, los oportunistas, las fuentes de crédito, y el pueblo podrá seguir disfrutando de los subsidios. Pero como nada es para siempre, más temprano que tarde llegará la época de las vacas flacas y los ingresos mermarán, la deuda y sus intereses serán impagables y no habrá nuevos créditos para mantener la propaganda y las crecientes inversiones.
El gobierno de turno tratará, sin ninguna posibilidad, de reducir tantos subsidios convertidos ya en derechos adquiridos. Las fuentes internacionales de crédito se secarán y las calificadoras de riesgo apretarán, y como siempre, la solución más fácil será subir los impuestos. Al subir los costos la vida se encarecerá más y la gente saldrá a la calle, los políticos culparán a los gobiernos anteriores y los radicales encontrarán servido el caldo golpista. Una vez más, parte de la solución estará en las manos del pueblo el 4 de mayo del próximo año. De lo que no estoy seguro es si los ciudadanos están preparados para diferenciar entre nacionalismo y clientelismo.

¿Y ahora, “pa´onde”?

  Soy un asiduo crítico de quienes mienten para salvar su pellejo, tergiversan la realidad con el ánimo de engañar o por lo menos confundi...