Hace ya más de 3 semanas, lo que inició como una
manifestación de rechazo al contrato minero de un pequeño grupo, se ha ido
transformando en una combinación de rechazo a varias cosas como lo son la
incapacidad, abuso, despilfarro, corrupción y falta de transparencia de 4 años
de una gestión que dejó mucho que desear.
La gente decidió no esperar hasta las elecciones de mayo de
2024 y procedió a castigar a sus autoridades por adelantado, en las marchas que
organizaron los jóvenes, donde reinó el civismo, el orden y las buenas
prácticas que han producido la envidia de propios y extraños.
La división y estilo de protesta ha sido notorio, pues
mientras esa masa que permanecía dormida despertó con peculiares cánticos, por
llamarlos de una buena manera, otros grupos promovían la división y una
innecesaria lucha de clases.
En la época de la Cruzada Civilista, si bien es cierto la
meta final era diferente, pues se buscaba destronar una dictadura que desde
cualquier perspectiva era lesiva para la nación, ahora lo que se persigue es el
castigo moral y legal de un accionar gubernamental, comparable solo con el del
quinquenio inmediato anterior. Y eso es ya, mucho decir.
Pero no podemos perder de vista que el descalabro y lo que
nos impide reaccionar de forma correcta, es una combinación de cosas. Por un
lado, el no haber continuado las clases de cívica y de gobierno en las escuelas
y colegios en todo el país. Por el otro la desinstitucionalización de un país
que hoy lo demanda a gritos. El atentado contra las instituciones que deberían
ser los pilares de una nación como la nuestra debe ser, no solo criticado sino
condenado.
Infortunadamente, cuando los clubes cívicos hablamos de los
valores cívicos, éticos y morales, a muchos les suena aburrido; para una
significativa parte de la población la práctica de estos valores debe aplicarse
para los demás, pues cuando nos toca a nosotros, nos consideramos de una casta
superior, que se puede tomar el derecho a decidir cuales leyes cumplimos y cuáles
no.
Y tomando en cuenta que estamos en época de política
electoral, si criticamos al genio de lámpara de la promoción de la destrucción
de la institucionalización del país, resulta que es una persecución política.
Pues no. No es persecución a nadie. No sigamos repitiendo como papagayos lo que
no es. Aquí cada uno debe asumir la responsabilidad que le corresponde. El
alquiler y compra de diputados, magistrados de la corte, abogados, jueces y
demás “yerbas aromáticas” para la conveniencia personal, no es correcto.
Hoy nuestra Panamá sufre y llora. No es justo. Lo que ha
sucedido en Panamá durante los últimos lustros es lamentable y reprochable, por
decir lo menos. Y lo peor no es que muchos lo aplaudieron, sino que a pesar de
ver lo que está pasando lo siguen excusando y hasta aplaudiendo.
Ya sabemos que a veces, aunque demore, la justicia llega. Es
una realidad que esos remanentes de protestas y cierres de vías con violencia
no son espontáneas, sino provocadas por una mano negra, que quiere seguir
meciendo la cuna. Esa misma mano que utiliza a pandilleros, muchos conocidos,
agentes del orden corruptos y sinvergüenzas en general, para promover un caos
innecesario.
Los jóvenes y me atrevo a decir que la mayoría de los
ciudadanos, decidimos que había que esperar al fallo de la Corte Suprema de
Justicia, tomando el riesgo que demore un tiempo más largo de lo esperado. Esto
lo hacemos porque, a pesar de que nos han golpeado tanto y de todas las
deficiencias que pudiera tener, seguimos creyendo en la democracia como el
mejor sistema de gobierno.
Rechazamos a esos líderes que pretenden acceder al poder a
través de revoluciones trasnochadas, coimas o compra de conciencias. Hay una
amplia mayoría que rechazamos que se violente la maltrecha constitución que nos
rige y que criticamos aquellos que sugieren violarla para ser beneficiados directamente.
Si proponen adelantar las elecciones en abierta violación a las disposiciones
constitucionales, pues entonces ¿por qué no proponen someterse a una segunda
vuelta? ¿Se atreven? Si no están dispuestos, lo demás es charlatanería, que no
es mucho más de lo que prometen.
Artículo publicado originalmente en www.prensa.com
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