Carlos Ozores Typaldos
Corría el año 2004, Martín Torrijos había tomado posesión como
Presidente de la República y premiaba a Colombia con la designación de Carlos
Ozores Typaldos como Embajador de Panamá ante el gobierno de Álvaro Uribe
Vélez.
Algunas semanas después me designaban como Agregado, encargado de los asuntos
consulares de la Embajada de Panamá en Bogotá. Mi primera reacción fue llamar a
mi amiga Diana Arosemena, reconocida periodista nacional, a quien había
conocido y tratado en mi trabajo en los medios de comunicación, para
solicitarle me sirviera de puente entre su esposo el Embajador Ozores y éste
servidor.
Me citó para reunirnos en el Deli Gourmet de Calle 50, del cual ellos
eran muy asiduos y debo confesar que como algo extraño, llegué como 15 minutos después
de la hora convenida. Antes de presentarme a quien sería mi jefe, Diana me
advirtió que Carlos no era amigo de la impuntualidad y que yo estaba atrasado. Nunca
mas volvió a suceder…
Esa tarde inició un nuevo capítulo en mi vida que me ayudó a seguir
forjándome como individuo y como profesional. Esa tarde conocí a una persona
excepcional. Hijo de un Pro Hombre panameño y descendiente de distinguidos
políticos y gobernantes, tenía ese porte de hombre distinguido y serio. Cuando
empezamos a conversar, me percaté de su inteligencia, humor, experiencia y gran
sabiduría.
No era para menos, estaba al frente de un ávido lector, político,
diplomático y un hombre muy culto. Posteriormente le conocí otras facetas como
su entrañable amistad y lealtad. Había sido sub director de unos de los
principales diarios de la capital, Vicepresidente, Canciller y Vicecanciller de
la República, Embajador ante 2 gobiernos y ante la ONU, donde le tocó el
privilegio de ser el único panameño en haber ocupado la Presidencia del Consejo
de Seguridad de las Naciones Unidas en dos ocasiones diferentes.
Esa conversación marcó igualmente una relación que se mantuvo a través
de los años hasta que el Todopoderoso decidió que necesitaba al mejor
diplomático y lo mandó a llamar. Me exigió que no lo llamara ni Don Carlos ni
Señor Ozores, el prefería el simple Carlos.
Antes de irnos a cumplir nuestra misión como diplomáticos, lo acompañé a
realizar visitas protocolarias a instituciones gubernamentales claves en
nuestras labores, así como a nuestra aerolínea de bandera, la cual seguía en la
búsqueda de ampliar sus rutas a nuestros vecinos y de lograr la eliminación de
la doble tributación que tanto daño le hacía al turismo bilateral.
Una vez en Bogotá, el Embajador Ozores me ofreció el privilegio que lo acompañara
a presentar las credenciales que lo acreditaban como Embajador Plenipotenciario
de la República de Panamá ante el entonces Presidente Álvaro Uribe Vélez. ¡Que
experiencia!
El sabía exactamente lo que había que hacer y como se debía hacer en ese
momento; de hecho presentó sus
credenciales en una ceremonia privada y no las compartidas como se suele darse
en el mundo diplomático. Como que el gobierno de Colombia, reconocía su
trayectoria y le presentó esta única oportunidad, solo ofrecida a grandes
diplomáticos de grandes gobiernos.
Para mi, fueron años de enseñanza y aprendizaje intensivos. Todos los
que laboramos en la Embajada en ese quinquenio, sin excepción, nunca dejamos de
aprender. Carlos no era hombre de hacer reuniones de trabajo, mas bien, todos
los mediodías nuestro almuerzo suplía las reuniones de trabajo y en ese
escenario, se compartían todos los acontecimientos, sucesos y novedades que se
hubieran dado en reuniones largas y estériles. Carlos era un hombre demasiado
dinámico para ese tipo de reuniones.
Celebración del 3 de Noviembre en la Sede Diplomática
Fue en esos almuerzos donde empecé a conocer al Carlos Ozores simpático,
jocoso y lleno de anécdotas. Y mira, que
tenía historias y anécdotas… no era el tipo de personas que acaparaba una
conversación, todo lo contrario. Lo que pasa es que, cuando el hablaba, los
demás quedábamos en desventaja.
Uno viajaba por todo el mundo con sus cuentos; desde Washington hasta el
lejano Oriente; de la Santa Sede y la Moncloa a los lugares mas recónditos del
África y hasta una “cárcel” de la India. Sabía hablar y hablaba en el tono y de
la forma correcta para la talla de diplomático que era. Sus pares en Bogotá
siempre lo respetaron y me atrevería a decir que lo admiraban.
Entrevista con la periodista de CNN Claudia Palacios
Gracias a Carlos aprendí el verdadero nombre del Tratado de Montería
(que llevaba su propio apellido) y las negociaciones que se tuvieron para
lograr que se firmara, conocí al Ex Presidente colombiano Alfonso Lopez
Michelsen, al maestro Rafael Escalona y a hasta a Claudia de Colombia.
Carlos era un hombre con mucha humanidad y un don de gente excepcional.
No era mezquino para compartir sus experiencias y cuando le tocaba hacer una
recomendación, siempre pensaba en el bien común y de su querida Panamá, por
sobre todas las cosas.
Su pasión siempre fue su familia. Vivía para su “Mondo” y para sus hijos
a quienes adoraba. No puedo dejar por fuera a esos nietos que tanto amó. Tuvo otra
pasión: la natación, deporte este que sirvió como marco de su último respiro
terrenal.
Creo que sus lecciones y anécdotas, ya sea sobre un buen almuerzo o con
un buen traguito, siempre permanecerán en mi memoria en ese lugar especial,
donde solo reposan los de la gente buena e inteligente.
Hoy Panamá pierde a un buen hombre, gran diplomático, un buen esposo, gran
padre y abuelo, un buen político y a un entrañable amigo. Quienes tuvimos el
privilegio de conocerlo y trabajar hombro a hombro con el, sabemos del hueco
que deja. Pero su legado vivirá en nuestras mentes y nuestros corazones, donde
nunca habrá palabras suficientes para agradecer todo lo vivido y lo aprendido a
su lado.
Buen viaje Carlos, estoy seguro que hasta el mismo Dios disfrutará con
todas tus anécdotas y que sus almuerzos, a partir de hoy, serán mucho mas
divertidos con tu presencia allá.
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