Hace poco una persona muy querida, me preguntó si Yo lloraba…
Respondí que efectivamente si lloraba y que de hecho soy mas llorón que
el típico hombre. Al principio suena como una pregunta boba, pues ¿Todo el
mundo llora, verdad? La realidad es que debe haber quienes no lloren, pero les
garantizo que son lo menos.
Lo que si es una realidad es que, de acuerdo al género (masculino o
femenino) o situación, el llorar es símbolo de fortaleza, debilidad,
sensibilidad, inmadurez y hasta de felicidad.
De la misma manera que a los niños nos enseñaron a jugar rudo, con
carros y monstruos, a ensuciarnos, a decir malas palabras y a tantas otras
cosas “típicas de los hombres”, también nos enseñaron a no dejarnos ver cuando
llorábamos; a las mujeres por su parte,
les enseñaban a jugar con muñecas, a cocinar, a coser, a ser delicadas, a no
maldecir y efectivamente, que estaba bien llorar cuando se caían, se raspaban o
sus amiguitos la lastimaban.
Con el tiempo, varios de nosotros hemos ido aprendiendo a superar los
estereotipos y no ser tan rudos (cómo cuesta), a demostrar afecto y cariño, a
ser responsables, a jugar con muñecas y a comer y tomar el té con ellas (los
que hemos tenido la suerte de tener hijas) y también a llorar…
Me he convencido que aceptar que puedo llorar, inclusive en público, no
es símbolo ni de fragilidad y ni de falta de hombría, esto último es
fácilmente comprobable. También nos ha
tocado aprender cuando y por qué llorar. Si me preguntan a todos los hombre se
nos arruga el corazón cuando vemos con problemas o en aprietos a algunos de
nuestros vástagos, cuando no podemos cumplir una obligación que los involucre a
ellos, cuando recibimos una mala noticia, como por ejemplo, la muerte de
nuestros padres y hasta cuando una desilusión amorosa nos golpea mas fuerte de
lo esperado.
Infortunadamente, a los hombres nunca nos prepararon para no ser el
“supuesto sexo fuerte”. Nunca nos prepararon para sufrir. Nunca nos dijeron que
la vida nos presentaría golpes y retos, muchos de los cuales nos costaría mucho
mas superar que los otros. Nunca nos advirtieron que unas niñitas nos robarían
el corazón y nunca mas nos lo devolverían. En conclusión, nunca nos dijeron que
podríamos llorar…
A las mamás de esos niños que hoy crecen mas enfrentados a los juegos
electrónicos que a los buenos consejos, deben hablarle a sus hijos no solo del bien
y del mal, enséñeles a respetar, a poder conversar y a compartir que no está
mal quejarse cuando uno se cae, que el llanto le hace bien al cuerpo y alma.
La sensibilidad y el éxito del hombre del mañana en mucho depende de lo
que hoy le puedan enseñar al niño de hoy. Solo así tendremos mejores hombres,
capaces de comprender y compartir el dolor de sus mujeres, hijas y hasta de sus
propias madres.
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