Hace mucho tiempo, se decía que una de las cosas por la cual se distinguía Panamá era su amabilidad y cortesía. Hace un poco menos tiempo, muchos nos sentimos agradados por un comercial donde se presentaba a un agente de tránsito, que si mal no recuerdo se le conocía como “muñeco” por su, no solo agilidad y eficiencia con la que dirigía el tránsito en la intersección de la Vía Transístmica con la Pedro J. Sosa, sino con el agrado con lo que lo hacía.
Mas recientemente, nuestro Rubén Blades, con una excelente
campaña publicitaria sobre Panamá, donde se veía a turistas esposados a puertas
de hoteles, por ejemplo, trató de venderle al mundo que, si venían a Panamá,
“las sonrisas eran gratis” y se destacaban supuestas personas que atendían en
los sitios que por regla general vistan o donde se hospedan los turistas.
La realidad es que con el pasar del tiempo, el servicio se ha
venido deteriorando y hoy, muchos turistas se quejan del mal trato que reciben
en Panamá. Esta queja, no solo es de los turistas, sino de quienes residimos
aquí también.
Pero como a mi no me gusta quejarme y dejarlo sólo en una
queja más, siento que debemos, primero analizar como debemos revertir esta mala
costumbre. Si lo analizamos fríamente, podríamos achacar esta mala actitud a
varios elementos, pero les garantizo que al final la gran mayoría tendrían una
misma génesis, la mala educación. Y con educación no solo me refiero a aprender
a sumar y restar, o el nombre del descubridor de nuestro país. Educación
debería ir mas allá. Si, ya se que me estoy metiendo en un saco totalmente
diferente, pero dejo ese pereque para otro artículo, ¿ok?
Por ahora me ciño al sentido del artículo. Educación es
también enseñar valores; si esa palabra “aburrida” que nos enseñaban nuestros
educadores de hace algunos años atrás, de la mano del señor Carreño. (si no
saben quién fue Carreño, se los dejo de tarea y como un buen punto para
iniciar).
Quienes vivimos en esta tierra bendecida por Dios, deberíamos
sentirnos cómodos en desearle unos buenos días o tardes a quienes nos
encontremos en la calle, elevadores y demás, sin tener que bajar la cabeza para
no devolver el saludo. Esta actitud nunca le he podido atender.
No es posible que la actitud de quienes atienden al público
en un restaurante sea la de “estoy aquí porque necesito la plata” en lugar de
recibir a los clientes con una sonrisa, darles la bienvenida y resaltar alguna
de las cosas buenas que están por descubrir ya sea en un menú o en el pasillo
de una tienda.
Pero para lograr esto, los dueños de los establecimientos y oficinas
deben invertir en “culturizar” a estos colaboradores, que al final de cuenta
son quienes los representan a ustedes. ¿Es ésa la cara que desean presentarles
a quienes los visitan? No creo que todo
debe ser el dinero que se pueden ganar en una tarde o noche.
Pero la amabilidad no debe detenerse ahí. Quienes conducen
autobuses y taxis, también deberían recibir esa capacitación de atención al
cliente a la cual me refiero. No solo los de turismo, sino los que a diario le
brindan ese servicio esencial a un grupo de usuarios, que no necesariamente les
entretiene demorar 2 o 3 horas llegar desde sus casas a sus lugares de trabajo.
Pero también a quienes conducen sus propios vehículos así como los mal llamados “deliveries”.
Uff, pero aquí entramos a otro capítulo de la historia. Solo tocaré este punto
muy por encima. Aquí debemos resaltar, por ahora, que se tiene que acabar el
mal llamado “juega vivo”, que no es mas que la sinvergüenzura de pensar que por
ser conductor de taxi o tener un auto de lujo, tienen mas derecho que el resto
de los mortales que también tienen la obligación de salir montados en un
vehículo.
Si somos más estrictos en los exámenes de manejo, hacemos la
fila que debemos hacer, cedemos el paso a quienes no se sienten seres
superiores y conducimos de manera cortés, tendremos una mejor ciudad y un mejor
país.
En su momento sentía que habíamos aprendido esta cortesía de
los hermanos extranjeros que llegaron a nuestro país buscando una mejor calidad
de vida y, esto sucedió por un espacio muy corto de tiempo. Lo malo que ellos
terminaron aprendiendo de nuestras marrumancias, en lugar de haber sido al
revés.
¿Qué tal si volvemos a empezar? ¿Qué tal si le damos una
nueva oportunidad a nuestro querido Rubén y demostramos que en Panamá podemos
sonreír y ser amables, sin dejar a un lado esa esencia que nos hace únicos? Yo
estoy seguro que si podemos. Invirtamos en cortesía, invirtamos en amabilidad.
Invirtamos en educación. Invirtamos en Panamá.
Publicado originalmente en el Diario La Prensa
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