miércoles, 23 de noviembre de 2016

No hay certeza de castigo

Reproduzco el siguiente artículo de opinión de mi amigo Euclides M. Corro R. y que aparece en el diario Metro Libre



Es trillar sobre lo mismo. Sin embargo, no importa. Hay que seguir haciéndolo aunque para algunos sea cansón, mientras para otros, entre los que me involucro, tenemos que seguir una y otra vez hasta que algún día probablemente, entiendan que no siempre el fin justifica los medios y que cuando se violenta la ley, hay que pagar por la infracción.
El juega vivo es un síntoma de corrupción. Cuando ignoramos el derecho de otros, así como pasar por encima de las leyes, es señal que estamos haciendo las cosas mal. En fin, vivimos en una sociedad que a diario se la pasa haciendo lo que bien le viene en gana porque sabe que lo más seguro es que no será sancionado.
Entiendo que hay muchos jóvenes que en sus hogares y en sus colegios se les ha inculcado la importancia de respetar las normas que rigen sobre la conducta de los seres humanos. Estoy refiriéndome a las reglas que deben regir, tanto sociales como morales, que nos permitan vivir decentemente en la sociedad.
Reglas elementales que tienen que ver con el saludo obligado, el dar las gracias, pedir las cosas “por favor”, etc., pareciera que fueron eliminadas o en todo caso, argumentar ignorancia sobre las mismas para no respetarlas. Es la gran diferencia que existe entre los que prefieren la decencia a la conducta indecorosa. Olvidarnos que debemos convivir como seres civilizados.
Hoy, son cuestiones olvidadas. Hablamos a gritos, con facilidad insultamos, preferimos olvidar el respeto que merecen las autoridades, justificamos la grosería e incluso, en el colmo de esa degeneración, aplaudimos a los que hacen gala de una patanería rampante.
Usted llega a un local comercial, llámese almacén o tienda, exigimos que se nos atienda de inmediato, aunque hayamos llegado de último. Las reglas del tránsito son irrespetadas a cada rato por los conductores, los peatones cruzan por dónde les da la gana aunque existan pasos peatonales. Existe un desenfreno inaudito, como si viviéramos en una competencia desaforada entre tontos y avivatos.
Este es el comienzo. Más tarde nos quejamos de los gobiernos corruptos. De los que llegan para servirse en vez de servir a la comunidad. Lo peor es preguntarnos a quién podemos responsabilizar, cuando todos al final del camino, unos más y otros menos, somos responsables del desgreño del país. Así de simple, aunque lo más terrible es que en la mayoría de los casos no hay certeza de castigo. 
(El autor es periodista profesional)

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