A veces creo que en este
país hay tantos abogados como carros en las calles. De unos años para acá,
hemos perdido la calidad de jurista que en su momento compartían grandes
maestros del derecho como Dulio Arroyo, Ricardo J. Alfaro, Justo Arosemena, Jorge
Illueca Diógenes Arosemena, , José Dolores Moscote, Carlos Iván Zúñiga, César
Quintero, solo por mencionar a algunos.
Hoy vemos que hay las
llamadas “universidades de garaje” producen muchos de esos jurisconsultos que
muy bien son retratados en los famosos “ahuevaduchos” en el popular programa de
televisión La Cáscara, que produce el talentoso Ubaldo Davis.
Muchos de estos nuevos
abogados, estoy seguro de que fracasarían cualquiera de las pruebas que les
hubieran puesto los ilustres letrados que listo en el primer párrafo. Pero ante
la falta de una colegiatura obligatoria o de un examen del equivalente a la
“barra” como se le denomina en otras latitudes, vemos a varios hablando o peor
aún, escribiendo con “hubieron”, “en base a”, “aperturar” y tantos otros
atentados de homicidio a la lengua de Cervantes, que solo se comparan con los
policías entrevistados por algunos comunicadores, con quienes se disputan la
invención de nuevos términos.
Lo que mas nos duele a
muchos, no es solo como escriben y hablan, sino lo que dicen. Recientemente,
culminado el proceso electoral, vemos a varios abogados invocar “derechos
humanos” inexistentes por el simple hecho sonar más importantes o mas refinados.
Lo peor es que cuando de verdad alguien se refiere a los derechos humanos, no
se le presta el valor que se le debe prestar.
Por eso no todos le dan la
importancia al hecho que todos somos iguales, sin importar nuestro origen,
etnia, color, sexo, idioma o religión. Y algunos se convencen de que por tener más
dinero tienen más derechos que los que no lo tienen. O que, por el simple hecho
de ser varón, tienen mas derechos que sus contrapartes femeninas.
Los problemas se presentan
cuando, por ejemplo, hay quienes, rascando una onza de poder, deciden suspender
o no reconocer estos derechos y pretenden confundir a los menos estudiados,
haciéndoles ver que son sus salvadores, pero que para salvarlos necesitan violarle
esos derechos inherentes a su propia personalidad.
Todos deberíamos defender la
importancia de los Derechos Humanos y más aún los panameños, pues fue un
compatriota, el Dr. Ricardo J. Alfaro, quien lideró la confección de la “Carta
de las Naciones Unidas” donde se destaca el listado de estos derechos para toda
la humanidad y hasta podría decirse los cimientos de lo que hoy se conoce como
el Derecho Internacional.
Irónicamente vemos con
tristeza que es, precisamente Panamá uno de los lugares del mundo no sólo somo
más desiguales, sino donde aún discriminamos a nuestros semejantes, por razones
religiosas, de sexo, de color o de su país de origen.
Algunos de nuestros
connacionales, vemos en la figura de un “caudillo” la solución a nuestros
males, perdiendo de vista que ninguno de estos dirigentes ha podido resolver
los problemas de un país, al menos en nuestros vecinos latinoamericanos. Por el
contrario, hemos visto algunos de estos pseudo líderes, varios electos
democráticamente, terminan cambiando (o violando) las constituciones de sus
respectivas naciones, pues se ven como los únicos que pueden salvarlas del
descalabro político, económico y social en que se encuentran.
Es que esto se viene dando
desde el inicio de las luchas de independencia en varias de las naciones en
nuestro subcontinente. Así, vamos mutando de seguidores de diferentes ejemplos
en Brasil, Cuba, Venezuela, México y Nicaragua, por destacar a líderes de
izquierda, como otros en Colombia, El Salvador, Brasil (de nuevo), Argentina y
nuestra querida Panamá, por no excluir a la derecha.
Nos cuesta reconocer que los
verdaderos líderes están dentro de nosotros mismos. Son esos personajes que se
reflejan en el espejo en la mañana cuando nos cepillamos los dientes, nos
peinamos, nos maquillamos o nos afeitamos. La mejor muestra se dio el pasado 5
de mayo durante las elecciones, cuando jóvenes líderes, que no se vieron como
caudillos ni como salvadores de la patria, sino más bien se vieron como los
nuevos constructores de la institucionalidad que nos robaron hace algunos
lustros y como defensores de los derechos inherentes a nuestra propia
ciudadanía.
Hoy, exhorto no sólo a los
jóvenes sino a toda la población a destetarnos de la dependencia estatal, del
clientelismo y de la sinvergüenzura política, para forjar juntos una nueva
nación de ciudadanos y así en nombre del derecho cimentar las bases para una
nueva república, tan necesaria e imprescindible.
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