viernes, 26 de julio de 2024

En nombre del derecho

 

A veces creo que en este país hay tantos abogados como carros en las calles. De unos años para acá, hemos perdido la calidad de jurista que en su momento compartían grandes maestros del derecho como Dulio Arroyo, Ricardo J. Alfaro, Justo Arosemena, Jorge Illueca Diógenes Arosemena, , José Dolores Moscote, Carlos Iván Zúñiga, César Quintero, solo por mencionar a algunos.

Hoy vemos que hay las llamadas “universidades de garaje” producen muchos de esos jurisconsultos que muy bien son retratados en los famosos “ahuevaduchos” en el popular programa de televisión La Cáscara, que produce el talentoso Ubaldo Davis.

Muchos de estos nuevos abogados, estoy seguro de que fracasarían cualquiera de las pruebas que les hubieran puesto los ilustres letrados que listo en el primer párrafo. Pero ante la falta de una colegiatura obligatoria o de un examen del equivalente a la “barra” como se le denomina en otras latitudes, vemos a varios hablando o peor aún, escribiendo con “hubieron”, “en base a”, “aperturar” y tantos otros atentados de homicidio a la lengua de Cervantes, que solo se comparan con los policías entrevistados por algunos comunicadores, con quienes se disputan la invención de nuevos términos.

Lo que mas nos duele a muchos, no es solo como escriben y hablan, sino lo que dicen. Recientemente, culminado el proceso electoral, vemos a varios abogados invocar “derechos humanos” inexistentes por el simple hecho sonar más importantes o mas refinados. Lo peor es que cuando de verdad alguien se refiere a los derechos humanos, no se le presta el valor que se le debe prestar.

Por eso no todos le dan la importancia al hecho que todos somos iguales, sin importar nuestro origen, etnia, color, sexo, idioma o religión. Y algunos se convencen de que por tener más dinero tienen más derechos que los que no lo tienen. O que, por el simple hecho de ser varón, tienen mas derechos que sus contrapartes femeninas.

Los problemas se presentan cuando, por ejemplo, hay quienes, rascando una onza de poder, deciden suspender o no reconocer estos derechos y pretenden confundir a los menos estudiados, haciéndoles ver que son sus salvadores, pero que para salvarlos necesitan violarle esos derechos inherentes a su propia personalidad.

 

 

Todos deberíamos defender la importancia de los Derechos Humanos y más aún los panameños, pues fue un compatriota, el Dr. Ricardo J. Alfaro, quien lideró la confección de la “Carta de las Naciones Unidas” donde se destaca el listado de estos derechos para toda la humanidad y hasta podría decirse los cimientos de lo que hoy se conoce como el Derecho Internacional.

Irónicamente vemos con tristeza que es, precisamente Panamá uno de los lugares del mundo no sólo somo más desiguales, sino donde aún discriminamos a nuestros semejantes, por razones religiosas, de sexo, de color o de su país de origen. 

Algunos de nuestros connacionales, vemos en la figura de un “caudillo” la solución a nuestros males, perdiendo de vista que ninguno de estos dirigentes ha podido resolver los problemas de un país, al menos en nuestros vecinos latinoamericanos. Por el contrario, hemos visto algunos de estos pseudo líderes, varios electos democráticamente, terminan cambiando (o violando) las constituciones de sus respectivas naciones, pues se ven como los únicos que pueden salvarlas del descalabro político, económico y social en que se encuentran.

Es que esto se viene dando desde el inicio de las luchas de independencia en varias de las naciones en nuestro subcontinente. Así, vamos mutando de seguidores de diferentes ejemplos en Brasil, Cuba, Venezuela, México y Nicaragua, por destacar a líderes de izquierda, como otros en Colombia, El Salvador, Brasil (de nuevo), Argentina y nuestra querida Panamá, por no excluir a la derecha.

Nos cuesta reconocer que los verdaderos líderes están dentro de nosotros mismos. Son esos personajes que se reflejan en el espejo en la mañana cuando nos cepillamos los dientes, nos peinamos, nos maquillamos o nos afeitamos. La mejor muestra se dio el pasado 5 de mayo durante las elecciones, cuando jóvenes líderes, que no se vieron como caudillos ni como salvadores de la patria, sino más bien se vieron como los nuevos constructores de la institucionalidad que nos robaron hace algunos lustros y como defensores de los derechos inherentes a nuestra propia ciudadanía.

Hoy, exhorto no sólo a los jóvenes sino a toda la población a destetarnos de la dependencia estatal, del clientelismo y de la sinvergüenzura política, para forjar juntos una nueva nación de ciudadanos y así en nombre del derecho cimentar las bases para una nueva república, tan necesaria e imprescindible.

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