Recientemente, el expresidente Ricardo Martinelli fue incluido en una nefasta lista, que incluye otros “colegas” expresidentes de países que, según las instancias estadounidenses, han utilizado su posición para cometer actos de corrupción.
Hace unos días atrás, cuando compartí parte de mi análisis de la situación política en Panamá, fui tildado de adivino y, al no encontrar nada para rebatir mi análisis, trataron de descalificarme, como se ha convertido en costumbre en un país, donde el debate se ha ido debilitando (por no decir perdiendo) en los últimos tiempos.
El anuncio del secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, es un preaviso sobre medidas más severas que se le podrían imponer no solo al expresidente de marras y sus familiares cercanos, sino a los negocios donde tenga o se sospeche que tiene participación.
Este tema podría ser catastrófico para un pequeño país como Panamá, donde la riqueza está tan concentrada y donde se desconfía de todo el mundo.
Hoy, varios aplauden las medidas adoptadas por Estados Unidos de América, pues consideran que la propia justicia panameña no ha podido lograr sanciones en su contra. Creo que es justa esta preocupación porque, entre otras cosas, mientras el expresidente fue residente de un centro de reclusión allá, no se reportó que le diera ni un resfriado, pero apenas llegó a Panamá, supuestamente le cayeron todas las dolencias típicas de un hombre de su edad y algunas más, todas certificadas por galenos debidamente acreditados. Por esto, sus adversarios políticos y gran parte de la población aplaude la acción del gobierno estadounidense, tal cual lo han hecho en los otros países donde se han adoptado acciones similares con otros exmandatarios, algunos todavía privados de su libertad.
Yo estoy convencido que el exmandatario está consciente que no debe ser candidato en mayo de 2024, pero eso lo lleva a otra encrucijada; debe ceder su intención de liderar una alianza para proteger su principal interés: sus inversiones. También debe estar pensando que él no tiene un “heredero político” que pudiera ser apto para liderar esta alianza, la cual más que desear, necesita para poder tener alguna oportunidad de triunfo en las elecciones del 2024 y así “garantizar” un seguro que le permita no convertirse en residente de un “renacer”.
De ahí el lenguaje corporal que mostró la noche que llegaron sus hijos a Panamá, cuando salía apresurado de las instalaciones del aeropuerto de Tocumen. A mi juicio, ya conocía el contenido del mensaje del gobierno estadounidense. No me quiero ni imaginar lo que pasó en el automóvil en el que viajaba y lo que ocurrió después, cuando llegó a su residencia o a donde sea que se dirigía a esa hora.
La realidad es que la perspectiva y las opciones políticas en Panamá siguen tan oscuras como estaban al inicio del año. Aprovecho para reiterar un pensamiento que, si bien es cierto, no es mío y lo acojo totalmente: no discutamos con familiares y amigos por los políticos. Al final del camino, esos políticos se sientan todos juntos a tomar un trago y así arreglan sus diferencias.
Lo que debemos hacer es trabajar para fortalecer nuestra ya maltrecha democracia, cavilar sobre cuál es el futuro que queremos dejarle a nuestros hijos y nietos, pues el panorama y posibles resultados que se ven en este momento no son muy halagüeños.
Concentrémonos en fortalecer las instituciones y no a las personas.
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