El pasado domingo se celebró en
Panamá el Día del Maestro, designado como tal por ser la fecha del natalicio de
Don Manuel José Hurtado, ilustre educador que entregó su vida al mejoramiento
de esa virtud que consiste en compartir conocimientos.
El himno al maestro, inspiración de Octavio Fábrega, reza en
una de sus estrofas:
“El combate que
mancha la tierra
no es el campo de
su heroicidad
es la escuela su
campo de guerra
y su espada mejor,
la verdad”
Destaco esa estrofa, pues me da
la impresión de que en ella radica gran parte de esa vocación con la que nacen
algunos privilegiados, que tienen la dedicación y la paciencia de poder
compartir lo que ya saben, pero principalmente, de seguir aprendiendo para
enseñar más y mejor.
En algunas de mis conferencias
que, sobre el rescate, promoción y práctica de valores cívicos, éticos y
morales he dictado en los últimos años, reto a las audiencias a que recuerden
el nombre de quien ganó el Miss Universo hace 3 años, el ganador de la fórmula
1 de hace 4 años o el ganador de la Copa del Mundo de hace 8 o 10 años atrás.
Como podrán imaginar, la mayoría
no alcanza a recordar uno sólo de los 3 acertijos.
Sin embargo, los reto a que me
digan el nombre de quien fue su maestra de 1er grado y el 95% de los
participantes, no solo aciertan en mencionar el nombre completo de ésta, sino
que lo hacen con una felicidad y entusiasmo, como si se acabaran de ganar la
lotería.
¿Saben por qué sucede esto?
Porque esa persona dejó una huella indeleble en esos niños, sin mayor interés
que el de “poner la luz de la vida” en ellos, que les fueron confiados
por unos padres llenos de esperanza y confiados de la clase de educación que
recibirán sus vástagos.
Se que toda comparación es mala,
pero lastimosamente no veo al gremio magisterial que tengan ese compromiso que
en su época tuvo mi madre, que inició su periplo como educadora en Portobelo,
Colón y luego de pasar por varias escuelas culminó una carrera de muchos años
en la Escuela Puerto Rico de Carrasquilla. Cuando laboraba en la Escuela
República de Cuba, si un niño no asistía a clases, cuando salía de la escuela
ella visitaba el hogar de ese niño para ver por qué no había ido y si podía
dejarle la tarea o simplemente ayudar. Asumo que en el fondo lo que buscaba era
confirmar que ese pequeño no hubiera abandonado su educación.
Como hijo, sobrino y nieto de
buenos educadores, siento que esta vocación se comparte a través de las
generaciones y así también fui educador en los momentos más difíciles de
nuestra historia y hoy mis hijas caminan por el mismo sendero y han heredado la
pasión y la dedicación de sus abuelos. Esa es la clase de maestros y profesores
que necesita Panamá.
A mi duele muchísimo cuando veo
la cantidad de maestros que prefieren no dar clases o sencillamente escogen el
protestar en las calles con letreros mal escritos, vestidos como si fueran a la
playa y expresándose a veces hasta peor que los policías y algunos periodistas
que todas las semanas inventan una frase nueva.
No con esto quiero generalizar y
destaco la labor de algunos educadores comprometidos con la enseñanza a todo
nivel. Lo malo es que la mayoría de estos abundan en las escuelas privadas y
por ende seguimos hondando en esa terrible brecha que separa y condena a
quienes asisten a los colegios oficiales.
Los maestros y profesores de hoy
deben poder conocer y utilizar las distintas tecnologías que emergen casi que,
a diario, enseñar y promover los valores cívicos y morales, estar al día de
todo lo que sucede en el mundo y, tal como lo hicieron los hermanos Kuzniecky
en el Instituto Pedagógico, culturizar y no solo educar a los hombres y mujeres
del mañana.
En este desaparecido colegio de
Las Cumbres, se enseñaba no solo la lengua de Cervantes, sino que se instruía
en inglés, francés y hasta latín. Aprendimos a reconocer y diferenciar entre
Vivaldi y Mozart, vimos todos los ballets clásicos que era posible ver y el
teatro era un gran privilegio para todos. No en balde de este colegio egresaron
grandes dirigentes políticos, músicos, actores, científicos, médicos,
ingenieros y arquitectos, abogados, comunicadores, comerciantes y hasta la
única Miss Universo panameña, por solo destacar algunos.
Hago un llamado a nuestros
educadores para que, como lo hicieron muchos otros que les antecedieron en esta
linda carrera, se sientan orgullosos de la misma y practiquen esos principios,
valores y enseñanzas que el país necesita, hoy más que nunca. No se dejen
enredar por seudo dirigentes que viven de su sufrimiento y que no aportan nada
al país.
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