En Panamá, así como en gran parte del continente, sobran expertos,
o sea hay “todólogos”. Esto sería muy positivo, en caso en que efectivamente
supieran de algo, pero en realidad lo que hay es una excesiva cantidad de
“opinólogos”.
Esto es así desde hace algún tiempo, aunque empeoró durante
la pandemia, donde cualquier imbécil hace un vídeo o un audio, donde según “la
University of Water Planes” en Australia, se han hecho estudios donde encontraron
que los cachos elefantes son fuente de vitamina D56. Y que, si toma esta “vitamina”,
podrá tener las mejores erecciones de su historia.
Pero resulta que no existe esa universidad, ni Australia, ni
en ningún lugar del mundo y que, si bien existen las vitamina D5 y B6, pero
nada que suene a D56. Increíblemente, hay algunas personas en sus grupos de
WhatsApp, no solo aseverarán que se graduaron de esa “prestigiosa universidad”
sino que tienen años probando la famosa vitamina y que es buenísima.
Igual encontrarán expertos en todos los deportes, (aunque
nunca hayan practicado alguno), en inversiones (pero viven del día a día), en música
(pero no saben reconocer la diferencia entre Maluma y Vivaldi), pero lo
importante es que emiten su opinión de manera que impresionan a cualquiera.
Triste situación, pues los que escuchan no se toman el
trabajo de investigar ni siquiera a la señora Google, que todo lo sabe. Y peor
aún, van corriendo a otros grupos de WhatsApp a tratar de impresionar a alguna
otra cándida persona que tampoco ha leído o escuchado del tema pero eso sí, puede
desmentir a quien afirma la premisa inicial, aunque no tiene la menor idea de
lo que habla, pues obviamente resulta muy fácil rebatir al generador de
opiniones sin fundamento.
Así sucede en nuestra vida cotidiana y somos expertos basados
en el “yo tengo un primo que” o “a la hija de mi vecina le pasó tal o cual
cosa” perpetuando así la nueva ciencia de la “opiniología”. Así, recientemente
ha sucedido con situaciones de gobierno, juegos olímpicos, la NFL, las
elecciones en el mundo, los descubrimientos de nuevos elementos en el espacio,
ingesta de licores y hasta de las vigas que recientemente caminaron fuera de un
lote donde las tenían guardadas hace 14 años.
Así las cosas, la situación en Venezuela es tema de
conversación en cuanta reunión participan, pero si les hablas de Caldera,
piensan que les estás hablando de aquellos elementos que producen calor.
Algunos te contarán que sus padres lucharon con Fidel en la Sierra Maestra y si
te descuidas, los abuelos cabalgaron con San Martín o Bolívar.
Siento que la desinformación ha hecho que efectivamente “el
tuerto sea rey en el país de los ciegos”. Vivimos en una sociedad donde
rechazamos la opinión calificada, mesurada y estudiada de quienes, luego de
haber estudiado y/o tenido la experiencia que el caso amerita, pueden emitir
una opinión balanceada, informativa y sin apasionamientos sobre, por ejemplo,
las elecciones de noviembre en Los Estados Unidos de América. Recordemos que, “cuando allá se resfrían acá en nuestros
países decimos salud”, pues las decisiones que se toman allá nos afectan a todo
el continente.
También existen los que, sin fundamento, objetan cualquier
opinión, calificada o no, sobre casi cualquier tema ya sea por desconocimiento
o sencillamente por el arte maravilloso de llevar la contraria, aunque
igualmente, no se hayan “educado” sobre el tema. Y muchos de estos vienen de
otros países (por múltiples razones), sin experiencias, pero con una talla de “expertos
opinólogos”.
En lo personal, disfruto el debate de altura, de aquel que
aprendimos en el club cívico donde me enseñaron a expresarme sincera y
claramente dentro de un tiempo medido y donde, si no tenía conocimiento me
agarraban a “palo limpio”, pues allí había que estudiar y saber de lo que se
hablaba o por lo menos íbamos con la mente abierta para escuchar y aprender.
De esto necesitamos mucho en Panamá. No es descalificar como
arma de debate. Es debatir con altura, sin arrogancia y sin ínfulas de
“sabelotodo”. Es aprender a hablar sin gritar y a callar con sabiduría. Es
reconocer que podemos equivocarnos y que, aunque con quien debatamos esté
equivocado, lo podamos corregir con respeto.
Reitero que, si vivimos y nos comportamos dentro del marco de
los valores cívicos, éticos y morales, tendremos una mejor calidad de vida y perderemos
mucho menos amigos. Dejemos de ver la paja en el ojo del vecino y empecemos a
reconocer que tenemos una viga dentro del nuestro, literalmente.
Publicado originalmente en el Diario La Prensa
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