Los invito a leer este artículo de mi amigo el Dr. Calicho Abadía
Corrupción
institucionalizada
Carlos David Abadía Abad
Hoy nuestra hermana República de Venezuela padece,
probablemente, la peor crisis política, social y económica en su historia. No
creo que exista un solo demócrata que esté de acuerdo con esto, aunque la
Organización de Estados Americanos (OEA) y sus embajadores miren hacia otro
lado, como hicieron con nosotros en 1989. Casualmente, el gobierno y el pueblo
venezolano fueron aliados nuestros en la lucha contra la dictadura militar. Lo
que quiero compartir con ustedes son las causas reales de la crisis que ellos
sufren ahora.
En 1988, viajaba hacia Venezuela junto a un grupo de
panameños para entrevistarnos con líderes políticos de ese país y divulgar la
lucha civilista. En el avión conocí una ciudadana de aquel país quien me
comentó que la corrupción era insoportable y que un partido tapaba al otro en
esa mala práctica, que algún día explotaría. Desde entonces me quedó zumbando
el oído por esa aseveración.
Tengo entendido que en los gobiernos anteriores al de Hugo
Chávez la corrupción se institucionalizó, que a pesar de tener un recurso
natural multimillonario, la pobreza se profundizó y se perdió la fe en los
políticos, porque las obras públicas tenían sobrecostos absurdos y groseros. En
ese escenario de total corrupción, el petróleo no era suficiente para cubrir
los costos de funcionamiento del Estado y le aumentaron el impuesto al
combustible. Eso hubiese sido razonable por el alto subsidio que el Estado
aportaba, pero esos gobiernos carecían de moral de pedirle al pueblo que
pagara más, cuando la corrupción era evidente.
El campo estaba servido, en bandeja de plata, para que un
falso Mesías se ofreciera a salvar al país de aquella crisis. Y apareció, de
cuerpo completo, Hugo Chávez, quien hábilmente manejó toda la frustración y
rabia del pueblo. Primero los compró con el populismo, a la vez que corrompía a
una gran parte de la clase política. En pocas palabras, “democratizó la
corrupción”, luego se hizo una Constitución a su medida, para anular en
“democracia” al resto de las instituciones, y legitimó su dictadura. Sin
embargo, todo esto cuesta mucho dinero y, por más alto que esté el precio del
petróleo, las ambiciones se hacen desmedidas... el resto es historia conocida
por todos. Hoy la podredumbre que experimenta ese país emana por todos
lados.
El pueblo venezolano sufre, de cierta manera, debido a su
propia irresponsabilidad. Una gran parte, aceptó la corrupción por omisión, es
decir, por mirar hacia la acera de enfrente, diciendo: “Eso a mí no me
perjudica”, “todos los gobiernos roban” o “si este gobierno hace obras, qué
importa que robe”. Otros fueron cómplices, porque sus empresas eran beneficiadas
por los sobrecostos; algunos más lo fueron por ignorancia; por obtener
beneficios momentáneos como ser “comprados”, ya sea a través de las “ayudas
comunitarias” o por recibir un salario del Gobierno sin trabajar, las conocidas
“botellas”.
Los gobernantes, al institucionalizar la corrupción por medio
de diferentes disfraces, saben que necesitan destruir o manipular las
instituciones democráticas. Por eso, conforman una Asamblea a su medida, sea
comprando o extorsionando a los diputados, para tener mayoría. Paralelamente,
construyen una Corte Suprema a su antojo. De esta manera su plan se concretiza.
Luego corrompe a un sector del país, lo hace su esclavo y manipula las
instituciones para tener el poder absoluto.
La mala noticia para ellos es que su reinado no es eterno,
tiene su fin. Y entre más duradero, el estallido será peor. El pueblo
venezolano experimenta la desazón de no saber cuándo terminará esta pesadilla.
Lo cierto es que cuando despierte de este mal sueño, Venezuela no será el mismo
país de antaño.
Por esto es que los ciudadanos debemos tener muy claro que
mirar para otro lado, justificar los actos de corrupción y permitir el
debilitamiento de las instituciones democráticas nos afectará, tarde o temprano,
y que la clase media será la más afectada, porque le es difícil empezar una
nueva vida en otros lares.
Meditemos, con la seriedad del caso, la crisis venezolana.
No existe una vacuna para evitar que este mal nos contagie. Solo mediante la
participación y la actitud de responsabilidad que cada ciudadano debe tener,
podemos cerrarle el paso a la corrupción. Aceptar el debilitamiento de las
instituciones democráticas nos hace más dependientes y pobres, y serán nuestros
hijos lo más perjudicados. ¡De institucionalidad y democracia sí se come! Además
nos proveen dignidad, respeto y honorabilidad.
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